-Aventuras que no se buscan pero llegan-


11.00 Vivorata descubro que es la segunda vez que la conductora sale a la ruta y que encima tiene un viejo miedo que la hace entrar en pánico. El viaje no va a ser fácil.

11.30 Dolores. Llueve en la ruta primero eran chaparrones aislados, con el correr de las horas se formo una cortina de lluvia espesa que altera los nervios de la conductora. Su seguridad y tensión se notan en la posición de los brazos, el tono de voz se agudiza con los nervios. De fondo se escuchan diversas melodías: Bono, Testosterona de la Bersuit y León Gieco con el grupo Demente. No hay coherencia musical, tampoco entre los integrantes en el viaje. Próxima parada: La Plata.

13.00 Ingreso a La Plata. Las calles cambian de a un número. Vamos pasando diagonales, plazas y vías, en algún punto llegamos a perdernos a pesar del GPS de papel: google map impreso. Llegamos a la Terminal de La Plata, la conductora nos abandona preocupada por su destino. Vamos en busca de una boleteria que nos dejara en el destino final. Lo desconocía, lo ignoraba pero faltaban cuatro horas más para llegar.

Ubico los bolsos mientras mi compañera buscaba una boleteria, boleto o algo que nos transporte.

- Saqué boleto que nos deja en Morón- me dice mientras guarda el vuelto en su “discreta” billetera roja.

- ¿A Morón? ¿Queda lejos? - pregunté. En ese momento llegó el colectivo que lamentablemente perdimos.

Alrededor de 20 minutos después tomamos el colectivo que nos tenía que llevar a Morón. Nos acomodamos como pudimos. Mis piernas rozaban a otros pasajeros. Algunos tosían, otros tomaban licor de dulce de leche artesanal. Todos subían mojados.

- ¿Sabes dónde nos tenemos que bajar?- pregunté.

- No tengo idea…- respondió.

La tensión aumentaba igual que las horas, comenzaba a oscurecer y seguíamos con todos los bolsos encima en un micro de corta distancia pero en un viaje de larga distancia.

La lluvia no cesaba, pasamos muchas calles inundadas creo que es lo más cerca que voy a estar de Venecia. Miro a mi compañera estaba dormida, sentí que estaba perdida, que nunca íbamos a llegar a destino, pensé lo peor.

Dos horas después se escucha: “¿Quiénes bajaban en Morón?”, indicó una señora que tenía mejillas muy redondas, una de las tantas a las que les preguntamos si faltaba mucho por llegar.

Con la desesperación porque el colectivo se iba, la bendita valija con rueditas impactó en el suelo, me agacho para agarrarla, pero el peso de la mochila de adelante y la de atrás generaron un desequilibrio que me desestabilizó con el movimiento del colectivo. Los nervios me llevaron a arrastrar la valija de la peor manera, sin utilizar las rueditas.

En Morón mi compañera compro los boletos y dos chocolates. Ella tenía hambre, yo quería llegar.

Subimos al 136, último viaje insoportable gente sentada, mucha gente parada, gente dormida sentada y parada ¡GENTE! Empiezo a darme cuenta por qué todos los porteños vienen a vacacionar a Mar del Plata. Se rompe la estúpida monedera y quedamos demorados, más de lo que imaginábamos.

19.00 cruzamos la ruta kilómetro 34. El barro perjudica que desplace el equipaje con rueditas. Mi compañera se adentro en el barro. No hay asfalto y llovió todo el día. La ecuación es simple. Igual ella insiste y se adentra en los peores lugares. Tomó una decisión rápida, desde ese momento voy a tomar decisiones propias, en algunos casos. Llegamos a una esquina y nos detuvimos.

- ¿Qué paso?- pregunté resignada

- Nada, no me acuerdo dónde era – contesto ella tranquilamente.

- ¿Qué? – la pregunta rozaba el enojo.

Volvió a abrir su discreta billetera y busco la dirección. Llegamos no se bien por qué. Creo que todo fue acierto – error.

- Tía por qué no me llamaste que te íbamos a buscar- razonó la morocha de ojos verdes, esas mujeres que pese al dolor siguen adelante y defiende a los suyos con uñas y dientes.

Tenía razón por qué no la llamó pensé.